El cuento infantil de caperucita roja y el lobo es uno de los más conocidos y divulgados desde hace años. La versión original está narrada desde el punto de vista de la niña, la cual ve amenazada su vida y la de su abuelita por un terrible lobo feroz.

Siempre que hemos escuchado el cuento hemos dado por verdadera la versión de Caperucita y la mayoría de las personas nunca se han planteado qué es lo que el lobo tenía que decir sobre todo esto. Al fin y al cabo, como presunto culpable de esta historia, seguro que tenía algo interesante que añadir a la misma.

Lief Fearn, en 1988, decidió darle una vuelta a la historia contándola desde el punto de vista del lobo y permitiéndole contar su propia versión. Su historia ayuda a hacernos comprender que a veces es necesario escuchar las dos versiones antes de juzgar a nadie.

EL LOBO CALUMNIADO

El bosque era mi casa. Allí vivía yo y lo cuidaba. Procuraba tenerlo siempre limpio y arreglado. Un día de sol mientras estaba recogiendo la basura que habían dejado unos domingueros, oí unos pasos. De un salto me escondí detrás de un árbol y vi a una chiquilla más bien pequeña que bajaba por el sendero llevando una cestita en la mano.

En seguida sospeché de ella porque vestía de una forma un poco estrafalaria, toda de rojo, con la cabeza cubierta, como si no quisiera ser reconocida.

Naturalmente me paré para ver quién era y le pregunté cómo se llamaba, a dónde iba y cosas por el estilo. Me contó que iba a llevar la comida a su abuelita y me pareció una persona honesta. Sin embargo, lo cierto es que estaba en mi bosque y resultada sospechosa con aquella extraña caperuza, así que sencillamente le advertí de lo peligroso que era atravesar el bosque sin antes haber pedido permiso y con un atuendo tan llamativo.

 

 

Dejé que se fuera por su camino y después me apresuré, por un atajo que conocía, para llegar antes que ella a casa de la abuelita. Cuando vi a aquella simpática viejecita le expliqué el problema, y ella estuvo de acuerdo en que su nieta necesitaba una lección. Quedamos en que se quedaría fuera de la casa, pero lo cierto es que se escondió debajo de la cama. Entonces yo me vestí con sus ropas y me metí dentro de la misma.

Cuando la niña llegó, la invité a entrar en el dormitorio. Al sentarse en la cama, lo primero que hizo fue decir algo poco agradable sobre mis grandes orejas. Ya con anterioridad me había dicho otra cosa desagradable, pero hice lo que pude para defender a mis orejas y le dije que gracias a ellas podía escucharla mejor.

Quise decirle también que me encantaba su timbre de voz y como lo utilizaba para contar historias. De verdad quería prestar mucha atención a lo que me decía, pero ella hizo enseguida otro comentario sobre mis ojos saltones. Como pueden imaginar, empecé a sentir cierta antipatía por esa niña que aparentemente era muy buena, pero que en realidad era poco simpática. Sin embargo, como ya es costumbre en mí poner la otra mejilla, le dije que mis ojos grandes me servían para verla mejor.

El insulto siguiente ya me hirió de verdad. Soy consciente de que mis dientes no tienen la mejor estética, pero el comentario que hizo fue muy desagradable. Así, aunque hice todo lo posible por controlarme, salté de la cama y le dije furioso que mis dientes me servirían… ¡para comérmela mejor!

 

Ahora, piensen ustedes: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la habitación gritando mientras yo corría detrás suya tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr me la quité, pero fue mucho peor. La niña gritó aún más.

De repente la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo miré y comprendí que corría peligro, así que salté por la ventana y escapé corriendo.

Me gustaría decirles que éste es el final del cuento, pero desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz de que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme y a odiarme.

Desconozco que le sucedió a esa niña tan antipática y vestida de forma tan rara, pero si les puedo decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora ya la conocen…”

 

EL ARTE DE ESCUCHAR

Como ocurre en la historia de Caperucita, muchas veces damos por cierta una visión de los hechos sin preguntarnos qué es lo que demás tendrán que aportar. Ante una misma realidad cada persona puede vivirla y experimentarla de forma diferente y única.

Para poder conocer la versión de la otra persona es necesario tener interés en conocerla y tomarse un tiempo para escucharla. Así, no dar las cosas por sentado y ser cautos a la hora de juzgar a los demás puede ayudar a evitar malos entendidos.

PREGUNTA PRIMERO, JUZGA DESPUÉS.

Ignorado y calumniado el lobo fue declarado culpable sin que nadie se interesase jamás por su versión. Seguramente haberle preguntado a tiempo o concederle la oportunidad de explicarse hubiera permitido conocer su punto de vista y no condenarle de manera tan rápida.

La mayoría de las veces ni Caperucita es tan inocente ni el lobo tan culpable.

Son muchos los lobos a los que condenamos en nuestras vidas sin habernos interesado antes por aquello que tenían que contar. De la misma forma, seguramente muchos de nosotros hemos sido lobos a ojos de quienes escucharon versiones diferentes a la nuestra.

Recuerda que en las historias hay tantos puntos de vista como personas implicadas. Escuchar las diferentes versiones, preguntar a las distintas partes y no juzgar antes de tiempo te ayudará a que los lobos de tu vida puedan vivir en paz.